Se vende villa, ciudad thiene veneto

La pequeña Giulia aferró con fuerza la mano de su padre, como pidiendo consuelo contra la emoción que crecía en su interior. Más allá de la puerta de Via San Francesco, en Thiene, no había sólo una casa. Había un mundo. Había leído tantas veces el cuento de Blancanieves que podía oler el aroma de las manzanas y el susurro de las ropas de los enanitos entre las hojas. Y ahora, allí estaba ella, con el corazón latiéndole deprisa en el pecho, casi esperando ver aparecer a uno de los enanitos de entre un arbusto.
La villa apareció ante ella como un castillo de los cuentos de hadas modernos, y detrás, majestuosa y solemne, la catedral de Thiene recortándose contra el cielo. A Giulia le pareció una montaña mágica, un gentil gigante de piedra que vigilaba el jardín secreto.
Con una pequeña sacudida, soltó la mano de su padre y subió la escalera de acceso, sus pasos ligeros sobre la piedra. El balcón que recorría uno de los lados de la casa se convirtió al instante en su camino de ronda, desde el que una princesa podía otear el horizonte de su reino. Más allá de la gran puerta de madera oscura, maciza y antigua, la espera se disolvió en un asombro silencioso.
Se encontró en un pasillo muy largo, tan luminoso que parecía atravesado por un sol propio. La luz bailaba en el suelo e iluminaba, al fondo, la elegante curva de una gran escalera. Pero no fue eso lo que robó su mirada. En la pared, un enorme espejo con un marco antiguo tallado captaba todos los reflejos. “¡Mira, papá!“, susurró, con una voz mezcla de reverencia y emoción. “¡Es como el de la Reina! La que habla!“ Se acercó despacio, casi de puntillas. En el resplandor del cristal, su imagen le sonrió, pero por un momento, un reflejo distorsionado le mostró no sólo a sus padres detrás de ella, sino las habitaciones que se abrían como puertas a mundos paralelos: el salón, espacioso y aireado, un teatro de luz, la sala de estar, acogedora, con su gran ventanal que era un cuadro vivo del jardín.
Pero fue al atravesar la puerta del comedor cuando su respiración se detuvo. Una gran mesa de madera, sólida y majestuosa, se alzaba en el centro. “¡Aquí caben los siete enanitos!“, exclamó, dando vueltas con los brazos abiertos. Y allí, una puerta francesa la invitaba a una pequeña terraza y a una escalera que bajaba directamente al jardín, su bosque encantado particular.
La cocina era un triunfo de luz y modernidad, con su península central. A Julia le recordaba a la cocina de la bruja, sí, pero en versión buena, donde las manzanas envenenadas se convertían en fragantes tartas de manzana y las pociones mágicas en jugosos batidos.
Entonces llegó el momento de la escalera. La escalera de mármol daba vueltas sobre sí misma, misteriosa. “¡Lleva a las torres!“, anunció con firmeza, apoyando la mano en el pasamanos de latón, brillante y frío. Ascendieron. Arriba, el reino del descanso y de los sueños se abría de par en par. Inmediatamente, a la izquierda, un espacioso vestidor le hizo abrir los ojos: “¡Aquí caben todos los vestidos de baile de la Reina!“, pensó, imaginando suntuosos vestidos colgados en fila. “Ésta es la habitación de la Princesa“, declaró entonces, entrando en el amplio y luminoso dormitorio principal, con su propio cuarto de baño privado. Las otras habitaciones eran para invitados, para enanos, para cualquiera que necesitara un refugio seguro donde contar historias.
Pero la magia no había terminado. El descenso a la taberna subterránea fue el último y sorprendente capítulo. No era un lugar oscuro, sino un cálido vestíbulo dividido en tres salas, perfecto para grandes fiestas o reuniones íntimas, que se abría directamente a un patio, otro escenario de aventuras.
Finalmente, ya no contuvo el impulso. Corrió hacia el jardín, un pulmón verde de casi 900 metros cuadrados en el corazón de Thiene. Los árboles susurraban historias al viento. Se volvió para mirar la casa, cada ventana un guiño, cada puerta una invitación. Ya no era sólo una casa de campo en venta. Era el lugar donde los cuentos de hadas dejaban de ser libros para convertirse en vida. Y quizá, sólo quizá, el espejo mágico ya estaba buscando a los nuevos propietarios, preguntándose: “¿Quién es el más valiente de todos, para empezar esta nueva historia?“.

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