Modica aroma de piedra y madera
Hay un lugar en las colinas de Módica donde el tiempo se ha detenido. No en el sentido de que no pase nada, sino todo lo contrario. Pero allí los días fluyen lentamente, al ritmo de la luz, el viento y los silencios llenos de vida.
La villa no es visible de inmediato. Hay que recorrer un caminito que sube entre muros de piedra seca e hileras de olivos. Luego, de repente, se abre ante tus ojos como una postal, enmarcada por árboles frutales, algarrobos centenarios y el dulce aroma de la tierra besada por el sol.
Es una casa que te da la bienvenida. Te llega con la calidez de la piedra antigua, restaurada con respeto, y esa sensación de paz que sólo pueden dar ciertos lugares. No es ostentosa, no es pretenciosa: es auténtica. Tan real como un recuerdo feliz.
Dentro, la chimenea espera a que alguien encienda el fuego. En la gran cocina de mampostería aún se oye el eco de las voces, de las manos amasando, del horno de leña cocinando lentamente. Todo huele a familia, a domingos lentos, a vino servido con generosidad.
En la cocina exterior, en una dependencia, el aire huele a brasas y leña. Allí se puede reír, escuchar historias, brindar por el verano y la vida que pasa. Y cuando cae la tarde, con las cigarras sonando de fondo, basta con levantar la vista para darse cuenta de que se está en el lugar adecuado.
Bajo la veranda cubierta, donde el tiempo parece realmente estirarse, se puede comer a la sombra durante las horas más calurosas, leer un libro suspendido entre la luz y el silencio, charlar hasta tarde con la brisa acariciando la piel. Es uno de esos lugares donde hasta la espera sabe dulce.
Dos amplias habitaciones con baño y entrada independiente parecen pensadas para los que llegan y no quieren irse nunca. O para los que, de vez en cuando, necesitan un rincón propio.
Y luego está el jardín. No es un jardín cualquiera: es un pequeño oasis. Cada árbol, cada planta cuenta algo. Y si te detienes en silencio, puedes oír el sonido del agua que fluye, allá abajo, del viejo pozo devuelto a la vida, que sacia la sed de la tierra y conserva la memoria del pasado.
Esta villa no se visita. Se vive. Y cuando te vas -si te vas- te das cuenta de que algo se ha quedado contigo. Un olor, una imagen, una sensación. Como una promesa de volver.
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